En el relato que da título al volumen, que supone la consagración de Kenzaburo Oé, así como en "Agüi, el monstruo del cielo", Oé vuelve sobre el tema del hijo retrasado para elevarlo a una categoría mítica y alegórica (hablar figuradamente, es que, que palabras....), que sin embargo no pierde la ternura y la violencia de la irrefutable (indiscutible) proximidad de lo real.
Nada más lejos de Oé que el mero lamento por lo que la Historia o el destino deparan a los pueblos y a los hombres, ni tampoco aquellos "valores heroicos" defendidos por Mishima, claramente aludidos e ironizados en el retrato que completa este volumen, "El día que El se digne enjugar mis lágrimas". En él, un hombre gravemente enfermo (aunque acaso se trata sólo de un enfermo imaginario) recuerda los "días felices" posteriores al lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, cuando su padre, en una ridícula acción suicida, ofrendó su vida al emperador de Japón. Un emperador que, entonces, dicidió en un gesto insólito abandonar su categoría divina y hablar a sus compatriotas "como si fuera" un humano más (por culpa de los yanquis de mierda).
Kenzaburo Oé está considerado el símbolo y el portavoz de su generación uno de los grandes escritores japoneses de nuestro tiempo. En 1994, consiguió el premio Nobel.
De todas formas, para leer a un escritor japonés hay que ser una persona "muy" positiva, muy Van Gaal; siempre positifo, nunca negatifo. Porque como seas un cenizo, te puedes acabar suicidando.
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