lunes, 10 de septiembre de 2012

La casa de las bellas durmientes

Al llegar a la posada, noche cerrada, el silencio y la clandestinidad, la mujer sólo hace un advertencia al viejo Eguchi: no debe hacer nada de mal gusto. Después, le franquea la puerta de la habitación donde la joven, sumida en un sueño lisérgico, descansa tendida sobre la cama. No puede despertarla. Sólo dormir con ella. Noche tras noche, Eguchi deshojará el secreto de la belleza y la soledad, acostado junto a hermosas jóvenes que ingnoran su presencia. Hace tiempo que me lo leí, pero me suena que en este no se suicida nadie ni hay final triste; será el único escritor nipón que no sea un cenizo. Me corrijo, me lo he vuelto a leer y si que un abuelete y una chica se mueren. Y el escritor se suicidó.

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