viernes, 5 de agosto de 2011
Hotel IRIS
La joven recepcionista del Iris presencia una violenta escena entre una pilingi y un hombre ya maduro en la habitación 202 del hotel. El hombre dice: "callate, puta". Y aunque no iba dirigida a ella, la voz masculina, autoritaria y firme, ejerce sobre ella una extraña atracción. Vamos, que le puso. Un día, mientras está en el mercado comprando zanahorias, nabos y pepinos, reconoce al hombre, lo sigue sin saber muy bien por qué y habla con él. A partir de entonces un hilo sutil pero inquebrantable irá tejiendo alrededor de la adolescente y del solitario y tímido traductor (Mou) de ruso una espesa red cargada de dependencias mutuas, rituales carnales, humillaciones; una complicidad construida sobre las bases del sexo, el amor y la muerte. Y sadomaso a punta pala. Para la joven es un descubrimiento de sus sentimientos y de su cuerpo, es una rebelión, es el crecimiento; para el hombre, esta relación tal vez sea el único remedio con que aplacar un antiguo dolor. Para el hombre también es el "crecimiento".
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